Nicolás Maduro la ha vuelto a hacer. Sólo que esta vez no fue una de sus ya frecuentes barrabasadas, sino un aparente desliz.

Maduro ha reconocido públicamente el control que la dictadura totalitaria cubana ejerce sobre Venezuela. El narcodictador venezolano dijo que le propuso a Raúl Castro, a quien calificó como «hermano mayor y protector», y que éste aceptó, que el embajador cubano en Venezuela participe activamente en las sesiones de su Consejo de Ministros.

Si bien esta injerencia es un secreto a toda voz, al menos públicamente ha sido sistemáticamente negada tanto por el régimen cubano como por el venezolano, hasta este arranque de sinceridad de Maduro.

Me llama la atención que muchos se han hecho eco de la muestra más evidente del entreguismo y la subordinación del régimen venezolano al totalitarismo castrista, pero la otra arista de esa declaración ha pasado casi unánimemente desapercibida.

Maduro no dirigió su propuesta a quien supuestamente debería ser su «par», el «Presidente» de la República de Cuba Miguel Díaz-Canel. No. Se dirigió en cambio a quien él mejor que nadie sabe es quien verdaderamente ejerce el poder y manda tanto en Cuba como en Venezuela, el General Raúl Castro.

Esta confesión pública no debe haberle caído muy bien a su «protector», cuando tanto esfuerzo, represión y recursos se han estado dedicando precisamente a vender su proyecto de cambio-fraude a la comunidad internacional. Que se haya «cambiado» la Constitución, se hayan designado un Presidente, un Primer Ministro y hasta Gobernadores Provinciales para aparentar que la estructura del Estado cubano se adecua a la de un estado democrático, para que venga su monigote venezolano a reconocer implícitamente que Diaz-Canel, al igual que él, no es más que un títere del general.

Maduro tiene sus días contados y él lo sabe. Si no lo logran echar los demócratas venezolanos y la comunidad internacional, probablemente lo hará su «protector» a través de su ejército de «asesores» que dirigen la represión y las torturas en Venezuela. Paradójicamente la principal «cualidad» que lo encumbró en el poder, su evidente falta de inteligencia, podría ser también la causa de su caída.