Mi primera reacción ante las medidas anunciadas por el régimen cubano para enfrentar el COVID-19.

Finalmente la dictadura totalitaria cubana anuncia algunas medidas para tratar de contener la propagación del Coronavirus en el país. En su acostumbrado lenguaje surrealista y de estilo cantinflesco, el régimen castrista anunció, entre otras medidas, que se regulaba la entrada al país de personas no residentes. Ésta es una medida correcta y necesaria, y era una de las dos medidas más demandadas por la población cubana, junto al cierre de las escuelas, que desafortunadamente no se decretó.

Pero esta decisión lamentablemente llega demasiado tarde y llega mal. Su anuncio tiene un tufo de demagogia y populismo barato. El propio Presidente de la República Miguel Díaz-Canel reconoció que la mayoría de los contagiados por el COVID-19 son asintomáticos y que por esa razón no eran detectados en las aduanas de los aeropuertos. Y que al no presentar síntomas y no ser conscientes de portar el virus, lo transmiten sin saberlo. Y a pesar de ser conscientes de eso, Cuba lanzó una campaña publicitaria internacional para tratar de llevar más turistas a Cuba. No obstante, Manuel Marrero, flamante Primer Ministro, reconoció que la mayoría de los vuelos internacionales ya estaban llegando vacíos porque sólo venían a recoger a sus nacionales. O sea, que la anuncian cuando no les queda otro remedio y ya casi no hace falta porque la pandemia ya entró al país y el resto del mundo ya cerró sus puertas. Y encima, no es una medida con efecto inmediato, sino que hay que esperar hasta el martes para que entre en vigor.

Demuestran una vez más que su discurso y sus acciones van por caminos totalmente opuestos. Dicen tener como prioridad preservar la salud y defender la vida humana, pero sus decisiones dicen todo lo contrario. Con toda la información disponible, y todas las estadísticas de contagio, transmisión y fallecimientos a nivel mundial, debería haber primado una política más responsable de prevención, que buscara al menos atenuar y disminuir la probabilidad de contagios y su transmisión. Pero una vez más han primado los intereses económicos y políticos de la cúpula gobernante.

Con su actitud negligente, inepta y prepotente han permitido, y siguen permitiendo, que entren personas que pudieran transmitir el Coronavirus. No se entiende por qué hay que esperar a que haya una explosión de casos conocidos para tomar medidas que son de elemental sentido común. ¿Habrá que esperar a que enfermen muchos de nuestros niños, adolescentes y jóvenes, o a que mueran algunos, para que se disponga el cierre de los centros educativos?

Son precisamente esa indiferencia, insensatez y arrogancia de la dictadura, y no la opinión y la preocupación de muchísimos cubanos, de dentro y de fuera de Cuba, las que generan una sensación de desasosiego e indefensión, que pueden llevar hasta el pánico y la histeria, en una población que comprueba, una vez más, el desamparo y la desinformación al que es sometido tanto por el régimen como por sus medios de difusión.

La tranquilidad no llegará escondiendo la verdadera magnitud de la pandemia, ni mucho menos con discursos triunfalistas ni con consignas. Esa tranquilidad sólo llegará cuando los ciudadanos sientan que se pone realmente la preservación de la salud de los cubanos por encima de las ganancias mercantiles o de posiciones políticas o ideológicas; que se toman medidas sensatas, oportunas y responsables, aunque puedan ser duras; y que hay un flujo de información veraz y confiable, que verdaderamente refleje lo que está ocurriendo, y no esconda o maquille hechos, datos y estadísticas.

Quiera Dios que la soberbia, la indolencia y la negligencia, que raya lo criminal, de la junta político-militar que dirige Cuba, no conviertan a nuestra querida Isla en el país con peores estadísticas de transmisión y letalidad del COVID-19.